1 junio 2020
La transformación digital y la aplicación de la tecnología se erigen hoy como último remedio para el 'urbanismo europeo', concepto al que me niego a renunciar por mucho que parezca un oxímoron.
En 1975 el Consejo Europeo inició la campaña 'Un futuro para nuestro pasado. Herencia arquitectónica europea'", que se ha convertido en uno de los pocos programas de desarrollo urbano con cierto éxito de su historia. Europa pretendió entonces dirigir la atención hacia la herencia cultural de la ciudad europea como foco de su actuación y como modelo para la consecución de una ciudad mejor.
La defensa, protección, recuperación y promoción de la naturaleza y esencia histórica de las estructuras urbanas europeas se determina entonces como una cuestión de identidad y hasta de supervivencia de la propia Europa. Entonces se daba en Estrasburgo y Bruselas mayor importancia a la ciudad y a su imagen que al campo, y se pretendía, sin ocultarlo y casi con ahínco, aumentar la capacidad de atracción de las ciudades como instrumento, además, para fortalecer el vínculo del ciudadano con Europa.
Bien es cierto que el concepto de 'ciudad europea' aún hoy es objeto de no poco debate entre urbanistas e historiadores. También lo es que aquella campaña aportó su granito de arena en el fortalecimiento de las estructuras urbanas a costa del abandono de las zonas rurales. El despoblamiento del campo no es privativo de España, aunque esta afirmación estoy seguro de que decepcionará a algunos y puede que hasta enfade a otros. Viene ocurriendo a lo largo y ancho de la geografía europea desde la segunda mitad del pasado siglo.
Con todo, aquella campaña del Consejo Europeo contribuyó, sin duda, a la imposición en Europa de nuevos principios de desarrollo urbano: protección de ciudades y pueblos históricos, conversión del tejido urbano y reutilización de viejos edificios, reconstrucción de edificaciones destruidas, limitación del tránsito motorizado y promoción del tránsito peatonal, recuperación del espacio público, mixtura en los usos de suelo, promoción de la diversidad social... Conceptos todos que hoy nos parecen nuevos y están muy de moda. Pero fíjese el lector hasta qué punto debemos conocer nuestra historia para saber cómo podemos mejorar el futuro. No es posible construir futuro sin conocer el pasado.
Este giro en la política urbana tuvo éxito en todos los países europeos. Se consideró una revitalización y reinterpretación de los principios europeos tradicionales de desarrollo urbano que, con abrumador entusiasmo, fue asumido y reinterpretado, a su vez, en clave nacional por los distintos estados.
Pues bien, todos esos esfuerzos han quedado diluidos y engullidos por la fabulosa bestia de Europa: su burocracia. Hoy no es posible siquiera establecer una política territorial y urbanística común, perdiéndose todas las iniciativas entre los vericuetos y pasillos de unas instituciones poco acostumbradas al cambio y celosas de que no se remueva el polvo de sus armarios. La libertad y la igualdad, principios inspiradores de los cimientos de Europa, parecen hoy convertidas, a manos de la insaciable bestia, en figuras de piedra a las que se mira desde lejos con cierta melancolía, como el turista mira la Tribuna de las Cariátides en el Erecteion de la Acrópolis ateniense.
Escribo hoy, no obstante, con un atisbo de ánimo y casi de optimismo, alimentado por la irrupción de la tecnología que hará inútiles sin remedio aquellos armarios polvorientos. Y es que la transformación digital y la aplicación de la tecnología se erigen hoy como último remedio para el 'urbanismo europeo', concepto al que me niego a renunciar por mucho que parezca un oxímoron. Se está estableciendo una red de ciudades europeas que, como en España, funcionan a una velocidad distinta a la de la propia Europa y sus instituciones. Esa transformación servirá, esencialmente, para establecer políticas urbanas comunes para poder afrontar, con mayor éxito y sin ir más lejos, pandemias como la del maldito covid-19. Como viene sucediendo en las últimas décadas, las ciudades van por delante de las normas.
Elevo ahora la mirada al tendido y solicito, con humildad, el cambio de tercio al presidente buscando la complicidad del respetable. Me dirijo a administraciones, urbanistas, instituciones, tribunales y políticos. Hora es de que suenen clarines y timbales anunciando la asunción y la inclusión en la base de nuestro sistema urbanístico de la tecnología como principal herramienta de desarrollo. De colocar a esa tecnología en disposición de constituirse en eje de una estrategia urbana eficaz basada en la gestión en lugar de en un planeamiento inflexible y determinista. Constituyéndola en fundamento flexible y acomodable de las decisiones para fijar cuáles han de ser los usos que han de implantarse. Convirtiéndola en instrumento para fijar cuáles han de ser las cesiones que han de hacerse a la administración cuando hacemos ciudad y, sobre todo, dónde y cuándo han de implantarse los servicios que aquella debe prestar a los ciudadanos. Actuando con contundencia en la desburocratización y despolitización de la concesión de licencias y en la actuación de los regímenes de disciplina urbanística. Descansando en ella la vigilancia del cumplimiento de los principios constitucionales inspiradores del urbanismo y de la ordenación del territorio.
Algunos se preguntarán si no es en exceso voluntarista el que pretenda hacer descansar en esa transformación digital tan colosal tarea. No lo es. Ya está pasando. Solo deben arbitrarse y/o perfeccionarse las fórmulas para que suceda de acuerdo con los principios fundamentales recogidos en los tratados europeos y en nuestra Carta Magna. 'Ad intra' convendría, también, que los sucesivos gobiernos hagan valer la igualdad entre todos los españoles ante la ley y promuevan su traducción y aplicación a nuestro sistema urbanístico, a través del principio de cohesión territorial, principal herramienta para que esa red de ciudades españolas y europeas sea red digital, pero también red física, red económica y, sobre todo, red social.
Marcos Sánchez Foncueva es gerente de la Junta de Compensación de Valdebebas.
Valdebebas es el último gran proyecto urbanístico del norte de la ciudad de Madrid. Casi 30.000 personas ya viven en el barrio, a las que constantemente se siguen uniendo nuevos vecinos. La singularidad de este nuevo barrio, que alberga actualmente alrededor de 7.500 viviendas, de las cuales más de 4.300 han acabado obras, reside en la combinación de usos (residencial, oficinas, comercio, hoteles, centros de ocio y equipamientos públicos) y la recuperación del uso mixto, junto con eficaces comunicaciones y una gran conectividad a las redes de transporte público. Los valores del proyecto se centran en la recuperación del espacio público de calidad, la accesibilidad para personas con discapacidades, la protección del patrimonio natural y el énfasis en distintos aspectos de sostenibilidad. Forma parte del barrio el Parque de Felipe VI, verdadero nuevo pulmón verde de Madrid, con una extensión mayor que Central Park de Nueva York y que recrea los más destacados ecosistemas forestales autóctonos. En Valdebebas se ha creado un modelo de ciudad compacta en la que es viable la presencia de todos los equipamientos públicos, y que se puede recorrer a pie o usando sus 27 kilómetros de carril-bici urbano.